
El primer paso para pintar o, en el lenguaje de esta forma de arte, escribir un ícono, lo constituye la preparación de la madera, la tabla en que será escrito. La manera en que se realiza esta preparación ayuda a comprender el principio del papel del iconógrafo: la preparación consiste en cubrir la madera con numerosas capas de gesso, material hecho de tiza molida y gelatina, hasta lograr una superficie blanca, impecable, lisa y pulida. Esto representa "la nada", de la que Dios creó el mundo. Tal como Dios colabora con el artista, inspirándolo por Su Santo Espíritu, así también el iconógrafo colabora con Dios.
La labor iconográfica presupone oración y ayuno. También existen en la Iglesia oraciones especiales para el iconógrafo. Antes de comenzar un nuevo ícono, el pintor reza el himno de la Transfiguración y la Oración del Iconógrafo , además de sus propias intercesiones. El iconógrafo se sirve de tres fuentes para realizar su trabajo: su propia creatividad y talento artístico; la Fe y Tradición de la Iglesia; y su experiencia de lo divino, su contemplación de Dios y de los Santos. Mediante esta contemplación, él o ella pueden entrar personalmente en lo que va a representar. La participación directa es necesaria en la santificación. "¿Cómo puede alguien proclamar algo acerca de Dios, acerca de lo divino y de los santos de Dios, es decir, acerca de la relación que los santos tienen con Dios y el conocimiento que ellos poseen acerca de Dios en su interior y que produce un movimiento inefable en su corazón, a menos de que haya sido iluminado?".
Ya que los íconos son escritos o pintados de acuerdo a los llamados "cánones iconográficos", se puede llegar a pensar que el artista finalmente es un "copista". Sin embargo, según la Tradición, no significa de ninguna manera inhibir la creatividad del iconógrafo. Su libertad está mejor descrita en las siguientes palabras de San Pablo, "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (II Cor. 3,17).
Otro aspecto importante es el carácter conciliar del ícono. Se considera que el ícono, al ser expresión de la fe de la Iglesia, es obra de la Iglesia. Por lo mismo, el iconógrafo no firma su obra, pues en verdad no es suya, sino obra de la Iglesia.
Otro aspecto importante es el carácter conciliar del ícono. Se considera que el ícono, al ser expresión de la fe de la Iglesia, es obra de la Iglesia. Por lo mismo, el iconógrafo no firma su obra, pues en verdad no es suya, sino obra de la Iglesia.
Gracias Macario por esta enseñanza. Las cosas no son lo que parecen a simple vista.
ResponderEliminarY menos los íconos religiosos !!!!!!
Cuanto hay por aprender y conocer !!!!
Ojalá una vez asimilado, lo pueda practicar y transmitir.
La paz de Cristo.
SB
"el iconógrafo no firma su obra, pues en verdad no es suya, sino obra de la Iglesia"
ResponderEliminarCuanto hay que reflexionar sobre esta actitud y sobre las columnas de humildad, templanza y sabiduría en que se apoya.
¿Puede haber en un mundo que idolatra la fama, mayor rebeldía que dejar de firmar una obra de arte?
Me temo que quien es capaz de hacerlo, está inspirado por algo que excede toda lógica mundana: el Espíritu de Dios.
Gracias por tan estupendo blog
El iconógrafo realiza su labor siempre con una bendición especial de su obispo y realiza éste con ayuno y oración y siguiendo siempre las pautas que le marca la Tradición. No puede "inventarse" un icono fuera de lo hecho anteriormente, ni introducir innovaciones "modernas" caprichosamente.Jamás lo firma.
ResponderEliminar